Prescindir
Poco importa. Igual todo terminará

lunes, 30 de junio de 2008
Terminé de leer esta novela de McEwan que me prestó P. Me queda un leve sentimiento de angustia, algo bastante común en las novelas de Mc Ewan.

La trama es más o menos así: Dos jóvenes ingleses y enamorados se casan en 1962, un poco antes de la tan mentada “Revolución Sexual” de los “Swinging Sixties”. Los dos, Florence y Edward son vírgenes y la historia transcurre durante su Noche de Bodas en un hotel de Chesil Beach, Dorset. Pero McEwan para contar la historia utiliza el recurso de los flashbacks, en donde vemos por qué, cómo y qué hace que los personajes de la historia –dos personas de clases sociales diferentes y con gustos no muy similares- se enamoren. También el autor usa una especia de monólogo interno para relatar los pensamientos de los personajes. El meollo de la cuestión, es el sexo. Edward está ansioso por ser un buen amante, y Florence quiere evitar el encuentro a toda costa, aunque a veces demuestre lo contrario. Florence me hizo acordar a un personaje de Borges, Emma Zunz, que tiene mucho miedo al contacto sexual:

“Los hombres le inspiraban [a Emma Zunz], aún, un temor casi patológico”
Borges, Emma Zunz

No quiero develar demasiado sobre la trama, por si alguien quiere leerlo, aunque obviamente, leer mi tonto resumen no se compara en nada al original, pero basta decir que las cosas se complican más allá de lo necesario, Florence siente un completo rechazo hacia Edward cuando las cosas se vuelven sexuales y le propone que tengan un matrimonio “abierto” es decir que él podría acostarse con las mujeres que quisiera, que ella lo va a seguir queriendo. Él se ofende y no acepta la propuesta de Florence, porque cree que una relación completa tiene que tener las dos partes: romántica y erótica. Ella se va y se separan. Lo triste del asunto es que, nosotros como lectores, sabemos que las cosas podrían solucionarse si se pudieran expresar todo lo que ellos sienten y piensan. Pero las palabras no hacen que se comuniquen, y aunque se quieren mucho, no logran entenderse. Acá es dónde creo está la genialidad del autor: este problema no es algo acotado a 1962, vergüenza, castidad, diferencias sociales, etc., sino que es un problema que tenemos TODOS en algún momento: no saber cómo explicar / no saber entender al otro:

“Lo que la angustiaba [a Florence] era inexpresable, y apenas era capaz de formulárselo ella misma”

El final, me parece perfecto para la historia, y aunque deja una sensación de tristeza, queda para disfrutar la prosa bellísima de McEwan:

“No supo o no había querido saberlo, que al huir de él, convencida en su congoja de que estaba a punto de perderle, nunca le había amado más, o con menos esperanza, y que el sonido de su voz habría sido una liberación para ella, y habría vuelto. Pero él guardó un frío y ofendido silencio en el atardecer de verano y observó la premura con que ella recorría la orilla y como las olitas que rompían acallaban el sonido del avance trabajoso de Florence hasta que sólo fue un punto borroso y decreciente contra la inmensa vía recta de guijarros relucientes a la luz pálida.”

Posted by Nat at 19:33 |

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